En defensa de un tecno-optimismo

Sientifiko
5 min readFeb 10, 2024

La “amenaza” de la Inteligencia Artificial se ha vuelto el lugar común de todos los intelectuales -y no tanto- de los últimos años. La pérdida masiva de empleos, su uso bélico, y panóptico aplicado en materia de seguridad, entre otros varios temas, pueblas cientos de artículos académicos, o vitrinas mediáticas.

No obstante, quienes han seguido de cerca la historia reciente de la tecnología, no encontrarán en estos relatos nada nuevo: cada nuevo salto tecnológico trajo consigo una narrativa apocalíptica, y cada vez tal narrativa se diluyó en la capacidad general del capital de extender el desarrollo de sus fuerzas productivas más allá de lo esperable.

Por supuesto estas tecnologías destruyeron empleos y profesiones completas, eso es cierto, pero lo hicieron en paralelo a crear otras industrias, empujando la necesidad de actualizar la capacidad productiva individual de cada sujeto, lo que se expresa por un lado en el aumento generalizado de los niveles de educación alredededor del mundo, a la vez que la creación de campos de conocimiento impensables siglos atrás (qué sería un ingeniero en Machine Learning en la era medieval?).

Y es este mismo punto, el del desarrollo orgánico del capital, el que se ha encontrado enteramente ausente del debate. El temor a la IA, se toma desde su completa abstracción, como las consecuencias “éticas” de una potencia automática que se nos presenta como ajena, cosificada en un despliegue técnico, desprendiendolo enteramente de su determinación última, esto es, el movimiento también automático de la relación social que rige esta forma de conocimiento. El contenido de ese temor no es la abstracta maquinaria en la que toma forma, sea un ChatGPT, Bard, o los robots de Boston Dynamics, sino, del “extrañamiento” respecto al sujeto que el desarrollo de estas tecnologías portan.

Dicho de otra forma, el contenido del temor es la incapacidad de regir concientemente el desarrollo tecnológico, siendo este disputado por lógicas que obedecen al ethos de un sistema que transcurre a espaldas del sujeto, y cuyo fin constante no es otro que la valorización del valor. Para este proceso, la calidad o subjetividad de porciones de la humanidad, podría perfectamente volverse un impedimento necesario de cercenar o transformar (subsumir) productivamente (qué es lo que hasta este punto de la historia ha ocurrido) en aras de seguir valorizando el valor.

No obstante, el penetrar en este contenido nos revela inmediatamente algo que nos lleva más allá del temor, y tensiona nuestra acción como sujeto humano que se sabe, enajenado en esta relación.

La IA y toda forma de conocimiento, como se mencionó, aparece directamente regida por el contenido de la relación social que impera, en este caso, una donde las potencias del trabajo humano se despliegan privando al resto del producto del trabajo (permitiéndo su acceso solo por la transacción comercial) y con independencia de los demás (es decir, sin que el resto de la sociedad, fuera de la colaboración más mediata, se vea involucrada en el proceso productivo).

Pero a su vez, esta escencia que constituye al sistema económico imperante, el capitalismo, porta la necesaria activación del atributo colectivo de la humanidad, como es su capacidad general de transformar la materia por medio del trabajo, proceso que a su vez actualiza a la humanidad, y con ello, a este atributo colectivo en si mismo. El despliegue de la forma presente de la IA no es otra cosa, que el despliegue gradual de atributos intelectuales generales de la humanidad acumulados sobre si mismos, que en cada fase, fue empujando nuestra propia subjetividad productiva hasta su forma presente. Las comunidades científicas existen por el acceso a mercancías, y la producción de mercancías, hasta este punto de la historia, no es otra cosa que el arrojo total del trabajo a su generación (lo cual parte de la simple obviedad de que si consumo un producto o servicio, alguien debe activar su cerebro y/o músculo para que el producto o servicio aparezca en el mercado).

Es esta reconstrucción la que quita el misticismo automático de la IA, para revelar su naturaleza como algo que toda humanidad porta la potencia de hacer: controlar y regir el destino de esta y toda tecnología. Es más aún, en la medida que el proceso automático alcanza su ideal plenitud, nos adelanta desde ya, la necesaria jubilación de una sociedad de clases: si la totalidad del proceso productivo aparece encarnado en la mera vigilancia preventiva de un proceso tecnológico orientado a producir los bienes y servicios requeridos ¿Qué rol cumplen las gerencias y jefaturas? ¿Que rol cumple un capitalista?

El capitalismo en su despliegue, se organizó en torno a la asignación de porciones de la sociedad para que personificaran los roles de vendedores de fuerza de trabajo y compradores/explotadores de esta, con sus diversas personificaciones intermedias, entre ellas, las porciones vigilantes o gerenciales (esta última pudiendo jugar un doble rol). Sin embargo, la misma necesidad de valorizar el valor, que toma forma en tecnologías inteligentes, nos entrega un artefacto cuyas potencias nos cuentan sobre una forma de produccción que empuja la organización capitalista contra su límite, y nos revela al menos uno de los atributos que la forma capital en si misma, porta para su superación.

Este curso nos revela por tanto, una nueva forma de repensar el tecno-optimismo, no como una abstracta representación vulgar de una tecnología que, en su autonomía, construirá un mundo mejor, sino, en la potencia humana que, enajenada y todo, se apropie y de curso a la potencia revolucionaria que esta tecnología porta.

Aquí es importante comprender que esto no es exclusivo de la IA, sino, de toda la producción tecnocientífica en general. Si acaso la IA solo nos está irritantemente evidenciando, ese límite del capital, empotrándonos contra la cara la necesidad de que el movimiento regido por la conciencia de saberse enajenado -y que por tanto busca la superación de esa situación-, es decir, el movimiento revolucionario, incorpore ya el control de la tecnociencia como actividad militante.

Por último, este mismo camino nos revela rápidamente, lo contraproducente e imbécil del progresismo neoludita que bajo una pretendida crítica, solo revela su constante incapacidad de superar las apareciencias, quedándose en el sofismo o sociologismo burgues y (por tanto) estéril de las consideraciones “éticas” o legales de la IA. Que quitará trabajo, que roba a los artistas, etc. son las implicancias inmediatas de no reconocer el movimiento histórico más general en el que tales subjetividades productivas se desarrollan. Es solo el opuesto al mencionado tecno-optimismo vulgar.

En última instancia, tales reclamos solo pondrían algunos trinquetes legales en forma de derechos de autor, contribuyendo a una hiper privatización odiosa, que no beneficiará ni siquiera a sus demandantes, y que eventualmente, como siempre ocurre, el capital hará saltar por los aires, pues la valorización del valor reforma a su antojo, todo orden jurídico ahí donde lo requiere.

Si es que no se ha sido suficiente enfático o claro, la discusión sobre el rol revolucionario de la IA, no se trata de esta ni de ninguna tecnología, sino de reconocer las potencias propias de nuestra acción, acción que a su vez, se sabe enajenada.

--

--

Sientifiko

Ingeniero Dialéctico. Puede seguirme en @sientifiko1 por tuiter, o @sientifiko.memero en facebook